domingo, 24 de marzo de 2013

Día de la memoria

Para no olvidarnos de los que se animaron, Walsh en Barra Libre.
Lo repito acá y pido perdón a quienes ya lo leyeron.


Nos educaron con películas de muchachitos que se enfrentaban al mal sin pestañear. A nadie se le ocurrió pensar que a Batman le tembló el pulso al enfrentar a sus archienemigos o que a Clint Eastwood le sudaban las manos al desenfundar su revólver. Los malos sí. Los malos temían a la furia de los buenos, aunque se dejaban matar. Los peores eran los tibios, los mediocres, los que salían escapados de los bares cuando las cosas se ponían pesadas. Esos nunca iban a entrar en la historia, aunque iban a vivir para contarla. 
En el cine, el miedo era pecado.
En la realidad, el pan nuestro de cada día. 
Y sin embargo, a pesar de esos miedo tangibles, tan propios de los que no tenemos máscaras protectoras y capas que repelen balas, algunos hombres se animan. Contra todo pronóstico, se animan. Con miedo, se animan. Y nos salvan a nosotros, los que no somos protagonistas, y nos hacen creer que se puede. Porque se puede, más allá del miedo.

... Así que ambulo por suburbios cada vez más remotos del periodismo, hasta que al fin recalo en un sótano de Leandro Alem donde se hace una hojita gremial, y encuentro un hombre que se anima. Temblando y sudando, porque él tampoco es un héroe de película, sino simplemente un hombre que se anima, y eso es más que un héroe de película.
Rodolfo Walsh - Operación masacre


jueves, 21 de marzo de 2013

Tito


Cuando el Turco sacó los planos, nos fuimos todos de cabeza sobre la mesita del bar. La cosa parecía sencilla. Alquilábamos la casa de la vieja Coria, que estaba pegada a la joyería, hacíamos un boquete en la pared del baño, que justo lindaba con el salón de ventas, entrábamos de madrugada, sacábamos todo lo que podíamos y nos dábamos a la fuga con los bolsillos llenos. Más fácil, imposible.
Mientras mirábamos por dónde pasaba el cablerío y los caños de agua -no sea cosa de morir electrocutados antes de ser ricos -, el Tito habló.
- ¿Y quién va a ser el inquilino? Digo, porque el que figure en el contrato queda pegado con la yuta.
A ninguno se le había ocurrido pensar en semejante nimiedad, pero el Tito siempre cerebral, siempre cagándonos la fruta, nos miraba sobrador.
Para romper el silencio, tiré el nombre del Turco. Al fin y al cabo, la idea era de él. El Turco saltó diciendo que era mejor que alquilara el Zurdo, que tenía recibo de sueldo para presentar en la inmobiliaria, de garantía. El Zurdo dijo que ni en pedo el iba a poner la trucha por nosotros y terminamos los cuatro a las trompadas. Estuvimos una semana sin hablarnos, pero al final aflojamos y nos juntamos para hacer algunos ajustes en el plan. Para cada propuesta nuestra, el Tito tenía algo para objetar. Te juro que te daban ganas de cagarlo a piñas, porque, encima, tenía razón. Si decíamos de meternos en la casa por la fuerza, nos salía con lo de la alarma. Si se nos ocurría hacer el boquete en la medianera del patio, que daba a la oficina del dueño de la joyería, nos hacía acordar que el pitbull de la vieja era capaz de arrancarnos las patas. Así con todo, hasta que nos ganó por cansancio y abandonamos la idea.
Nos seguimos juntando durante un tiempo en el bar, pero con los años nos fuimos alejando. Cada uno hizo su vida y nos fue bastante bien, laburando cada uno en lo suyo. 
Menos al Tito, pobre, que está en Batán por robo a mano armada.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Cotidianas

- Mirá, mami, tenemos nuevo Papa - dijo Manuel, mirando las noticias.
- ¿Ya dijeron quién es?
- Si, se llama Habemus.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Vida de perros


Yo no sé si a tu perro le gusta ladrar a lo bobo,
mi perro no, no quiere no!


No sé cómo funcionará el tema de la atracción entre perros y hombres, pero entre nosotros fallaba el "dog appeal", viste. La convivencia en ese departamentito era espantosa. Se tiraba en los sillones, gruñía todo el tiempo, daba un laburo bárbaro sacarlo a pasear y a los cinco minutos tiraba para volver. La verdad, terrible. Hasta que empecé con el sistema de premios y castigos. Sencillito. Hacía las cosas bien, premio. Hacía las cosas mal, castigo. Y paciencia, claro. Mucha paciencia. No creerás que las cosas cambian de un día para otro.
Pero ahí lo tenés. Mansito, mansito.
Ahora me voy porque me está por tirar el palito de nuevo. Y si, es un poco infantil para la edad que tiene, pero juego un rato y esta noche ligo carne de la buena.




sábado, 2 de marzo de 2013

Papas en Barra

Antes de este Benedicto, hubo otro que también renunció.
Me explayo en Barra Libre.