sábado, 30 de abril de 2011

Esposa de Lot

Nadie recuerda mi nombre.
Sólo soy tu mujer, tu esposa, la desobediente.
A nadie le importa que abandoné mi casa, mi ciudad y a mi padres para seguirte a vos.
Porque te seguí, mi amor. Corrí a tu lado.
Pero volví mi cabeza.
¿No escuchabas los gritos, las llamas crepitando, lamiendo nuestra casa y los cuerpos de mis hermanos? ¿No te importaba, acaso?
No.
Nada te importaba.
Ni siquiera yo.
Corrías, ciego por el miedo.
Miedo, no obediencia.
Pánico.
Por eso te quedaste con nuestras hijas en esas cuevas, borracho, haciéndoles hijos, haciéndote nietos.
Nuestras hijas.
Las que no dudaste en ofrecer a los sodomitas.


Yo sigo acá, salada estatua eterna, sin entender aún las virtudes del miedo.


martes, 26 de abril de 2011

El tiro y la culata

Las cosas que hacemos por amor sólo son comparables con las cosas que hacemos por odio.
Mónica lo supo el día que Antonio cubrió el puesto vacante de Gerente de ventas que ella deseaba y por el que había trabajado duro. Desde ese momento pensaba en la forma de hacerlo despedir durante todo el día. Incluso se despertó sobresaltada y empapada en sudor un par de veces, con su nombre en los labios.
Durante algunos meses urdió distintos planes, hasta que la solución vino a su cabeza: lo seduciría, iniciaría un romance con él y cuando reuniera pruebas, lo acusaría de acosarla sexualmente.
La idea era perfecta y fácil de concretar. Ya lo había descubierto un par de veces mirándole el escote.
A las pocas semanas estaban saliendo pero él tenía mucho cuidado dentro de la empresa. Se veían a la salida, en la casa de ella o en un café del centro. Ella sabía que sólo era cuestión de esperar. Ya iba a pisar el palito.
Cuando recibió el telegrama de despido no lo podía creer.

- Lo siento, Moni, pero ya sabés lo que piensan en la empresa de las relaciones entre compañeros. Si no te despedía, teníamos que terminar con lo nuestro - fue la única explicación que Antonio le dio antes de cortar el teléfono.

jueves, 14 de abril de 2011

Hipoteca

Como todas las mañanas, Benito López se despertó sobresaltado.

No quería llegar tarde a su trabajo. No podía darse el lujo de que lo despidieran hasta que no cancelara las cuotas de la hipoteca. Si por algún motivo se atrasaba ya no podría ponerse al día y perdería su casa. Si perdía el trabajo y la casa, no tardaría en irse su esposa, llevándose a sus hijos. No es que le gustara su casa o amara locamente a su mujer, pero ya estaba grande para empezar de nuevo.

Antes, cuando era joven, cuando se amaban, cuando compraron la casa, hicieron un pacto: trabajaría en esa oficina hasta cancelar las cuotas y después podría buscar otro trabajo mejor, más creativo.

Ciento ochenta cuotas.

Sólo faltan sesenta.

Sólo sesenta.

Cinco años más.

Benito López nunca sospechó, hace diez años, que estaba hipotecando su vida.

martes, 12 de abril de 2011

Loco amor

Cuando el psiquiatra le dijo que padecía transtorno de personalidad múltiple, ella no se inmutó. Sencillamente, se dedicó a amar a los dos que él era.
Uno de ellos, correspondía a ese amor.
El otro, apenas la estimaba.
Ella se enfriaba o ardía, de acuerdo a la ocasión.
Aprendió a morderse la lengua para no llamarlo "mi amor" cuando no correspondía y a amarlo como si fuera la última vez cuando era su amor.
Con el tiempo, fue desarrollando una segunda personalidad también ella.

Los cuatro viven felices, sin que les importe demasiado el diagnóstico de los médicos del lugar.

jueves, 7 de abril de 2011

Dios y el mazo

Nunca pudo entender, a pesar de ser un ferviente estudioso de la palabra de Dios, si ser bueno era un premio o un castigo.
Aún así, durante toda su vida ofreció la otra mejilla, dio al César lo del César y a Dios lo de Dios quedándose con las sobras, jamás miró a la mujer de su prójimo con ojos lujuriosos ni juró en vano. Soportó con entereza la época de las vacas flacas y llegó a su vejez esperando vacas gordas que nunca vinieron.
En su lecho de muerte, levantó sus ojos al Cielo y preguntó:
- ¿Por qué, Señor? ¿Por qué me has olvidado?
Una voz lejana y grave le contestó:
- Por pelotudo.

domingo, 3 de abril de 2011

Pensamiento femenino

Uy, mirá quien entró. Está solo. No lo puedo creer, ¡está solo!
Esa camisa le quedá divina. Es la que usó el día del cumpleaños de Vicky.
¿Me miró? ¿Me parece a mí o me miró? Si me mira otra vez es porque le gusto.
Si me mira a la una, si me mira a las dos, si me mira a las tres.
No, no miró.
Claro, estoy escondida atrás de esta columna.
Esperá que me acomodo un poco, disimuladamente. Ahí tiene que verme. No lo voy a mirar para no parecer regalada.
¿Me estará mirando? Me voy a hacer la que busco al mozo y de paso lo miro un poco.
No, no mira.
¡Qué bueno que está, por favor!
Capaz que miró mientras yo no miraba. Ahora va a pensar que no me gusta.
Ma' si. Yo lo miro un poco y que se avive.
Dale, nene, mirame. Dale que me duele la espalda de tanto estar en pose.
Ya sé. Voy al baño. Tengo que pasar por ahí.
Eso. Despacio, actitud de gata. ¿Lo saludo? No, no, que me salude él.
Nada.
Encima esto está repleto de minas. ¿Por qué todas vienen al baño acompañadas? ¿Qué tienen? ¿Vejiga solidaria?
Ahora cuando salga lo saludo y listo.
No está. ¡Se fue! No lo puedo creer, se fue.
Se habrá ido a cambiar. Con esa camisa ridícula parecía un muñequito de torta.