martes, 30 de noviembre de 2010

Historias de papá I


De mi madre heredé el hábito de la lectura; de mi padre, el de contar cuentos. Todos los relatos que estén bajo este título son reales, o al menos eso me hizo creer papá.


Romper el hielo

Después de trabajar durante algún tiempo en aquella estancia, los patrones lo invitaron a la casa grande. Se presentó temprano y con la ropa de domingo, pero no pudo evitar sentirse sapo de otro pozo. Contestó las preguntas amables de la señora con monosílabos tímidos.

Entonces vio la cuna, llena de moños y muñecos rosados, y se acercó. Dormía en ella una criaturita realmente fea. Don Pozatti sonrió, le hizo un par de morisquetas para agraciarse con la patrona y quiso decir algo agradable, adecuado, que cortara ese silencio incómodo que reinaba en el comedor. Entonces preguntó:

- ¿Es varoncito la nena?

sábado, 27 de noviembre de 2010

Abracadabra

Solo la 86 se animaba a romper la monotonía de la pampa, serpenteando entre los alambrados. Ni las lagartijas querían cruzarla a esa hora durante el verano.
El auto avanzaba a una velocidad constante, mientras sonaba la música monocorde que ofrecía la única estación de FM que se podía captar. En la pantalla del celular un texto apenas visible informaba que no había había señal. Se lamentó; hablar con alguien hubiera ayudado a romper esa modorra que estaba sintiendo. Aceleró para salir de ese desierto más rápido y pensó, sonriendo, que estaba metido dentro de un mal truco de magia: Nada por aquí, nada por allá.
Entonces aquel caballo apareció repentinamente en el camino y maravillado por su poder de hechicero, no hizo nada por esquivarlo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Entre la espada y la pared



Llegó tarde a la oficina por segunda vez en la semana. Tenía la mejilla notablemente inflamada.
- No sabés. Cada día estoy más torpe. Estaba por salir para acá, entré corriéndo a la pieza para buscar el bolso y me golpeé con la puerta - se excusó.
- La semana pasada te caíste de las escaleras. Vas a tener que hacer algo - le dijo su compañera.
- Sí, tengo que prestar más atención.
- No, tenés que denunciarlo.
- ¿A quién?
- A tu marido. Mirá, lo denunciás vos o lo denuncio yo.
- No sé de qué hablás.
- Te repito: la próxima ves llamo yo a la policía.
Bajó la mirada y se quedó unos segundos en silencio.
- No es mal tipo, sabés. Antes no era así. Es que está mal porque se quedó sin trabajo, viste. Por favor, no lo denuncies. Yo lo puedo manejar.
- No es cuestión de manejarlo, Vivi. No se lo podés permitir. Y no me digas que es un buen tipo. Mirá como tenés la cara. ¿Por qué no lo dejás?
- ¿Y adónde querés que vaya con los nenes? ¿Voy a tener que dejar todo?
- Que se vaya él.
- Yo no sé si sos ingenua o pelotuda. ¿Vos me estás viendo? ¿Sabés lo que es capaz de hacer si lo dejo en la calle? Me mata.
- Yo lo único que sé es que no podés seguir viviendo así. Y te juro que la próxima vez lo denuncio.

A la mañana siguiente mandó temprano el telegrama de renuncia.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Diente por diente

Me presenté a la hora exacta de la cita. Elegí un par de revistas al azar y busqué el horóscopo. La licenciada Martita pronosticaba amor y salud para los nacidos bajo el signo de tauro. Hubiera sido un buen presagio si no se tratara de las predicciones para marzo de 2005.
Media hora más tarde abrió la puerta y una mujer salió luciendo el notorio hueco, producto de un par de extracciones.
Me llamó por mi nombre y pasé.
- Hola. Hace rato que no venís. ¿Cómo andás?
- Bien. Tengo un puntito en la muela y vine antes que sea grave.
Me sentó en la silla, rodeada de pinzas, tornos, jeringas, y apuntó hacia mi cara una fuerte luz que me cegó.
- ¿Te enteraste que me separé? - dijo mientras me llenaba la boca de algodón.
Durante 10 minutos la escuché contar su historia sin poder emitir palabra, pero por no parecer descortés hice esfuerzos por mostrar con todos los músculos de mi cara que no estaban inmovilizados por la anestesia local lo mucho que me conmovía saber que su marido se había escapado con una de sus pacientes.
Cuando empezó con el torno cerré fuerte los ojos en un inútil esfuerzo por no pensar. Desde chica me causó pánico ese sonido.
- La muy turra venía todos los meses. Cuando no era una limpieza, era un arreglo, pero no fallaba. Nos hicimos amigas. La invité a mi casa. Mirá como me paga. Y el cretino me decía que no le gustaba, que tenía pinta de loca.
El torno seguía sonando amenazante.
- Escupí ahora, dale - casi me gritó.
Vi sus ojos, único rasgo distinguible debido al barbijo, y empecé a despedirme de mis molares.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Amores de morondanga III

- ¡Uy! - se lamentó él palpando sus bolsillos - me olvidé las llaves en la cocina. ¿No las vas a buscar, amor?
- Bueno, Lot.

martes, 16 de noviembre de 2010

Victoria pírrica

Escuchó el zumbido cerca de su cara y tiró dos manotazos al aire para alejarlo. Por escasos segundos lo logró.
Giró en la cama, dispuesta a volver al sueño, pero sintió que rozaba su espalda. Se cubrió con la sábana hasta que el calor pudo más y dejó escapar la pierna.
Entonces regresó. Su presencia se evidenciaba por el ruido molesto que alteraba el silencio nocturno.
Trató de encontrarlo a través del hilo de luz que se filtraba por la ventana pero fue en vano. Encendió la lámpara y se quedó en silencio, inmóvil, expectante.
Nada.
Había desaparecido.
Volvió a acostarse y a dormir hasta que sintió una punzada en la mejilla. En un acto reflejo su mano se dirigió con fuerza hasta el mosquito y logró aplastarlo.

La noche volvió a sumergirse en un mutismo solo alterado por el rasgueo de las uñas sobre su piel.

domingo, 14 de noviembre de 2010

In vino veritas

Habrá sido el destino o ese vaso de vino.
Tan solo - Los piojos

El seminario fue mucho más tedioso de lo previsto y no aportaba nada nuevo - coincidieron los concurrentes mientras cenaban en el restaurante de la esquina.
- Y el doctor Mendoza ¡qué tipo tan estructurado, por favor! Hasta la voz era monótona. Tuve que hacer un esfuerzo terrible por no bostezar - se rió Mariela.
- ¿En serio? Lamento haberla aburrido, doctora - dijo una voz que llegó desde atrás y reconoció al instante.

Durante la cena ella sentía la mirada constante de él y no podía sostenerla, muerta de vergüenza. Dejó que su compañero elija el vino y se aferró a la copa, con el deseo de ocultar su cara con ella. Después llegó el brindis, donde varios mintieron sobre lo provechoso que había resultado el encuentro.
Cuando salieron de aquel lugar y el viento le pegó en la cara, se sintió mareada. Intentó en vano encontrar la llave del auto en su bolso.
- Si no le molesta, creo que sería conveniente que la acerque hasta su hotel. No está en condiciones de manejar.
- Doctor ¿no pierde la costumbre de asaltar a las mujeres por la espalda? - dijo ella ofuscada - Me siento perfectamente bien. Vaya.
- No sea infantil, por favor. La tomó del brazo y caminaron unos metros hasta el auto de él. Cuando llegaron al hotel él bajó y ella no se opuso.
En el ascensor la besó, la mordió, la acarició, la desvistió.
Trastabillaron hasta la habitación, enredados en la ropa y los abrazos.
Se palparon, se exploraron, se sintieron, se confundieron, se desvanecieron, resucitaron, volvieron a empezar.

Y cuando él cayó dormido, ella se fue, antes que la resaca y el sol convirtieran a su amante apasionado en el estructurado Doctor Mendoza.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Detrás de un gran hombre

La señora Newton mira al médico suturar la herida que la manzana causó en la frente de su marido y dictamina:
- Doctor, ésto es de gravedad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Amores de morondanga II

- No es que no te quiera más, flaca, pero las cosas así no pueden seguir. Todas las noches tenés un cuento distinto. Hoy esto, mañana lo otro. ¡Ya van más de dos años así!
- Bien que antes no te molestaba - dijo Sherezade, mientras se secaba las lágrimas.

martes, 2 de noviembre de 2010

Escritora retobada

- ¿Sabés que pasa, gordo? Yo escribo porque me gusta, viste.
A mi no me vengas con concursos, editores o jurados.
A mi me gusta contar cuentos, nada más. Como los que le inventaba a mi hermano cuando eramos chicos para asustarlo o hacerlo reir.
Y a veces también escribo para sacarme la rabia o la tristeza. Escribo porque me desborda lo que siento y por algún lado tiene que salir, qué querés, y no me llevo bien con la psicoterapia.
Así que si el punto o la coma o las comillas no te gustan ... no sé ... lo siento. Creeme que lo siento. Pero no pienso cambiarle ni una letra aunque la historia esté trillada, aunque no sea original el giro.
Y sanseacabó.

- Má si, loca. Hacé lo que quieras. Yo lo único que te pido es que la próxima vez que se te de por el "nanorelato" te busques otro papel y no vuelvas a usar el talonario de cheques.