- El de Martita creció más, che. Tiene flores más perfumadas, además.
Cuando pudo lucir sus primeros frutos se sintió orgulloso de su color y su pequeña pero casi perfecta redondez.
- ¡Qué chiquitos son! ¿Le habremos puesto poco abono? El de Paulita de naranjas mucho más grandes.
Al año siguiente redobló su esfuerzo y duplicó la cantidad y el tamaño de la fruta.
- Pucha, cuántas semillas. Tendríamos que haber plantado un naranjo de ombligo, como Liliana.
Tratando de colmar las expectativas de sus dueños, la temporada que siguió logró reducir la cantidad de semillas.
- Un poco amargo el jugo, no?
Después de algunos meses y haciendo uso de toda su energía, las naranjas eran tan grandes que se caían de las ramas y por su perfume se podía adivinar la dulzura de su pulpa.
- ¡Qué porquería! Se va a llenar todo de moscas.
Al día de la fecha, los dueños de aquella casa no se explican cómo fue que aquel naranjo que tanto cuidaron comenzó a dar limones.