Después de beber la primera copa, te miré sin prisas y un poco de descaro.
Con la segunda me acerqué a vos y te dije que me gustabas. Me encantó tu sonrisa, tu sorpresa.
Tomamos juntos la tercera y me animé a besarte.
Las manos que hurgaban entre nuestra ropa llegaron con la cuarta copa.
La quinta la bebimos en mi casa, mientras lenguas y manos exploraban el cuerpo del otro.
La sexta nos invitó a sacarnos la ropa.
No sé si fue la séptima o la octava la que hizo que me quedara dormida en el sofá, con un hilito de baba saliendo de la boca.
Perdón.
Debí haberte avisado antes que no me cae bien el alcohol.