Muñeca Brava, flor de pecado, cuando llegués al final de tu carrera, tus primaveras verás languidecer.
Muñeca Brava - Enrique Cadícamo
La condesa entró en el bar y se sentó en la mesa de siempre, a las 6 en punto.
- Traeme un whisky, Josecito.
- Condesa, es muy temprano.
- Dejate de joder, pibe. Y no le pongas hielo. ¿Qué pasa? ¿Mi plata no vale en este bar de mala muerte? ¿Sabés quién soy yo, nene? Mirá que llamo a mis amigos y te clausuran este sucucho en un minuto, eh.
José sonrió y sirvió, más para acallar los gritos de la vieja que por temor a la amenaza.
- No te enojés, Josecito. Vos sabés que cuando el ministro me llame para que viaje con él a Europa, yo te llevo como asistente.
Hacía 5 años que le repetía la misma promesa - calculó José mientras limpiaba las mesitas del fondo. Vio como se acercaba aquel tipo a la mesa de la mujer y agradeció que a esa hora el bar estaba vacío. Se avecinaba un escándalo.
- ¡¿Cómo?! ¡¿Cincuenta pesos?! Yo soy la condesa, querido, la condesa. Andá, muerto de hambre. Ofrecele 50 pesos a tu hermana. Y te aclaro que si se entera el ministro no contás el cuento, así que rajá.Lejos de mejorar la oferta, el tipo pegó media vuelta y encaminó para la puerta.
- Flaco, esperá. Me caes bien. Dale, cincuenta. Pero me pagás otro whisky, si?