viernes, 13 de julio de 2012

Donde el diablo perdió el poncho

Cuando Rosendo Peralta entró en la pulpería todos dejaron de hablar. No se movía ni una mosca; hasta el hilo de ginebra que estaba llenando el vaso del Negro Perez pareció congelarse.
Tenía puesto el poncho rojo de lana aunque era enero y el sol pegaba fuerte.
No se lo sacaba ni para dormir y mucho menos para bañarse, porque Don Rosendo no era afecto al agua. Lo había encontrado hacía más de 20 años, abandonado en un banco de la plaza. Las malas lenguas decían que a partir de ese momento las desgracias habían llegado al lugar. La inundación del 68, la sequía del 70, la cosecha del 71 arruinada por el gusano, los vacas muertas por el consumo de un yuyo que no sabían de donde había salido y no podían combatir, el cierre del ferrocarril en el 80. En fin, lo que había sido una ciudad pujante era ahora un pueblo perdido en el medio de la pampa y todo por el poncho del Rosendo. Los más jóvenes se reían de las supersticiones de los viejos y, cansados de vivir en ese lugar donde nunca pasaba nada, huían hacia las ciudades vecinas.
Esa misma tarde calurosa un viajante abrió las puertas de la pulpería y se sentó en una silla del fondo. Desde allá pegó un grito que quebró el silencio y sobresaltó a los parroquianos.
- Rosendo Peralta, he venido por mi poncho.
- Discúlpeme, mozo, pero a usted no lo conozco y el poncho es mío. Lo encontré en buena ley.
- No me haga enojar, Rosendo, que no le conviene. Yo sé por qué se lo digo. Deme el poncho y me voy en paz. Ya bastantes problemas les ha traído. Tengo trabajo en otros lados, no me haga perder el tiempo.
- ¿Y se puede saber quién es usted que anda tan ocupado?
- Lucio Belcebú, pero mis amigos me dicen Lucifer.
- No me suena. ¿Tiene familia en el pueblo?
- Tengo parientes en todos los pueblos. ¿Nunca escuchó eso de pueblo chico infierno grande? Bueno, es porque yo los visito seguido. En cambio, la competencia los tiene olvidados a la buena de ... a la buena de ... bueno, usted me entiende, no?
- No.
- Siempre fue un poco corto de entendederas, Rosendo. Todo el pueblo se daba cuenta que el poncho traía desgracias y usted nada, terco, seguía meta usarlo. Lo peor es que como cometí el error de olvidarlo, ahora no puedo sacárselo por la fuerza. Usted me lo tiene que dar por propia voluntad.
- Entonces se puede ir yendo, porque yo al poncho no lo largo.
- No sea necio, hombre. Dígame que quiere a cambio y yo se lo concedo.
- Quiero el poncho. Sabe que pasa, de tanto usarlo se me hizo carne. Si me lo saco dejo de ser Rosendo Peralta.
- Lo entiendo, Rosendo, pero imagínese lo popular que se va a volver si yo le concedo, por ejemplo, que vuelva el tren. Tengo muchísimos amigos en el poder; ni se imagina cuántos.
- Y para que quiero yo el tren si nunca voy a ningún lado. No, prefiero el poncho.
- ¿Y si elimino el yuyo venenoso y vuelven las vacas, eh? ¿Sabe cómo lo van a respetar? Ya veo los campos llenos de hacienda, con vaquitas que se llamen Rosenda en su honor.
- Dejese de joder, quiere, que encima me van a hacer tomar leche.
- No queda ni un gusano. Le garantizo 50 años de buenas cosechas y una lluvia exacta por año, ni un milímetro más ni un milímetro menos.
Los parroquianos empezaron a mirarse y a mirar fijo a Don Peralta. Hay que reconocer que éste empezó a dudar.
- Afloje, Don Peralta. Tanto lío por un poncho roñoso. Piense en los chicos que se fueron, en el pueblo, en las pobres vacas. Piense, Don Peralta. No sea egoísta.
Al final, entregó el poncho nomás.
Después de algunos años, el pueblo se convirtió en una ciudad enorme gracias al dinero que trajeron distintos terratenientes y hacendados. Como Lucio Belcebú había prometido, las cosechas eran óptimas, la cantidad de lluvia exacta y las vacas engordaban magníficamente. Volvió el tren, volvieron los jóvenes convertidos en profesionales, se triplicó el tránsito, se impusieron nuevas modas. Derribaron la pulpería para construir un shopping, se registraron un promedio de 18 accidentes de tránsito por día , varios fatales, aparecieron los pungas, rateros, ladrones a mano armada, usureros, políticos que hacían campaña todo el año, policías que aceptaban coima.
Pero Rosendo nunca llegó a verlo, porque murió de frío en su rancho ese mismo invierno.

sábado, 7 de julio de 2012

Circe x 2

Relato para Solange

Costábale a Circe abrazar la idea de que Ulises no la amara. ¿No yacía acaso en su lecho cada noche?¿No habían engendrado juntos hijos que correteaban por palacio? Cierto es que había recurrido a sus habilidades de hechicera para que la estadía de su amado se extendiera en el tiempo, pero largos años habían transcurrido desde entonces y él aún permanecía preso de sus encantos.
Mas era otro nombre el que su boca pronunciaba al entregarse en brazos de Morfeo; el nombre de una mujer lejana que habitaba en tierras de Itaca.
Se consoló elucubrando en su mente otro argumento que distaba de lo sentimental; imaginaba que un sentimiento de culpa invadía al soldado por haber dejado librada a su suerte a esposa, hijo y tierra al correr tras la aventura.
En vano procuró que él olvide. Cada noche volvían los recuerdos disfrazados de sueños.
Sumergida en la pena, decidió dejarlo partir, abrigando la esperanza de su retorno. Quizás aquella ya no lo esperaba, ni su hijo lo recordaba, ni sus tierras le pertenecían. Preciso era que él lo comprobara y pudiera así dejar atrás un pasado remoto y entregarse de lleno a la pasión actual que ella le ofrecía.
Lo vio marchar una mañana. Se quedó en el puerto hasta que la nave no fue más que un punto en el horizonte.
Dicen que aún lo espera, mientras practica hechizos para acortar el tiempo.


Relato cerril para el resto de mis lectores.

Harta. Circe estaba harta. ¿Qué más quería este tipo, eh? Le dio todo; el palacio, su cuerpo, hijos. Pero no. Él insistía con esa tal Penélope, que seguro ya se había podrido de esperarlo y estaba casada con otro. Además, después de veinte años de ausencia se habría convertido en una vieja decrépita.
Pero si algo tenía Ulises es que era más terco que una mula. Tanto insistió que terminó ganándole por cansancio y lo echó al carajo.
- Ya vas a volver con el caballo cansado - dicen que fueron sus últimas palabras.
Todavía no lo olvida y pasa las noches pinchando muñecos de paja con forma de soldado.

viernes, 6 de julio de 2012

Volarem humanum est

Salgamos a volar, querido mío; subite a mi ilusión super-sport.
Balada para un loco - Horacio Ferrer

Me acosté a dormir temprano, como todas las noches, porque al día siguiente tenía que trabajar. Intenté avanzar con el libro que empecé hace unas semanas pero en algún momento me venció el sueño. Me desperté con una extraña sensación de liviandad. La espalda estaba separada del colchón varios centímetros y el libro que descansaba abierto sobre mi pecho rodó por el piso.
Estabas dormido al lado mío y te llamé.
- Despertate, amor. Estoy flotando.
No me escuchaste. Murmuraste algo acerca del dólar y seguiste durmiendo.
Mis piernas también empezaron a levitar. Me sentía extraña, pero maravillosamente bien. Te miré dormir y me acordé que hermoso sos cuando estás dormido. Me coloqué sobre vos pero sin rozarte, sobrevolándote. Estudié con detenimiento tu gesto, tu boca - amo tu boca, sabías? -, tus manos con las uñas prolijamente cortadas.
Las alas de la espalda comenzaron a crecer y quise probarlas dando un paseo por la habitación, pero me quedó chico el espacio. Salí a la calle por la ventana y me divertí un rato subiendo lentamente y bajando en picada, me subí al mástil de la plaza Italia y miré el barrio desde lo alto. Volé hasta nuestra cama de nuevo y te desperté, haciéndote cosquillas con las plumas. Frunciste la nariz y refunfuñaste.
- Dejame dormir que mañana madrugo.
- Vuelo, amor. Mirame. Puedo volar. Vení conmigo, dale. Es hermoso.
- No me rompas las pelotas que hace un frío de cagarse.
Te saqué las sábanas, entonces abriste los ojos. Tuviste que levantar la cabeza para mirarme. Por un instante, no hablaste. Sonreí, abrí las alas y te tendí los brazos.
- Vamos. Volemos de acá.
- ¿En qué idioma te tengo que hablar? No me jodas cuando duermo, carajo.
De pronto sentí que las alas empezaron a encogerse, hasta quedar nuevamente pintadas en mi espalda, sin relieve. Lentamente el cuerpo comenzó a recobrar su peso y fui posándome en la cama.
Cuando sonó el despertador tenía el libro aferrado a mis brazos y vos no estabas.

lunes, 18 de junio de 2012

Pequeña semblanza de un político pueblerino (o no)

Yo no le canto a la luna porque alumbre y nada más ...
Atahualpa Yupanqui - Lunita Tucumana

La verdad es que nadie sabía muy bien cómo, pero siempre terminaba ganando las elecciones. Ocupaba el puesto de intendente desde hacía diez años. La única gestión que había realizado durante sus mandatos fue iluminar un tramo del acceso al pueblo, que casualmente coincidía con la ubicación de su casa de verano. Por eso todos le decíamos Lunita tucumana; porque alumbra y nada más.
La cuestión es que cuando se acercaba la época de elecciones, Lunita empezaba con sus discursos por la radio de frecuencia modulada cuyo dueño era Secretario de Comunicaciones de su gobierno y primo hermano de él. Desde ese espacio - personalmente o a través de sus incondicionales compañeros de fórmula - se ocupaba de pegarle duro y parejo a todos sus oponentes. Jamás se lo escuchó hablar de un proyecto, pero pasaba largas horas hablando de la falta de honestidad de Juan, de la poca credibilidad de Pedro e, inclusive, de las infidelidades de Roberto (si engaña a la madre de sus hijos mire si no lo va a engañar a usted).
Fue memorable aquel debate público donde estaba siendo cuestionado por la desaparición de las partidas enviadas por la provincia para el arreglo de varias escuelas. Sin perder el aplomo se levantó y se retiró del recinto diciendo que cuando viniera gente de su estatura moral a pedir explicaciones las iba a dar, pero que no pensaba gastar un sólo segundo con los delincuentes de la oposición. El aplauso fue ensordecedor. Porque reconozcamos que Lunita tenía razón. Los de la oposición eran unos delincuentes. Y si no lo eran, de tanto escucharlo ya todos lo creíamos.
Y , para ser sinceros, el acceso iluminado se veía precioso. Una pinturita, mire.

martes, 12 de junio de 2012

El cazador

Después de un arduo recorrido pudo ver a aquella maravillosa pieza.
- Única en su especie, impecable - pensó.
Preparó el arma con paciencia, mientras no la perdía de vista.
La gacela, segura de su sino, se sentó mansamente frente a la línea de tiro y lo miró.

Decepcionado y sin disparar, siguió el recorrido en busca de una presa que se precie de tal.

domingo, 10 de junio de 2012

Tragedia matinal


Mi pie izquierdo se despertó antes que yo esta mañana. Te buscó entre las sábanas y al descubrir tu ausencia, se lanzó al vacío desde el borde de la cama.


sábado, 9 de junio de 2012

Luz

Batería recargada.
Luz verde.

Luz Casal para inaugurar una nueva temporada (mental).